No es la primera vez que hablamos de ética en la ciencia. En artículos anteriores escribimos sobre la falta de ética de Fritz Haber con la química y Wernher von Braun con la física. En este caso trataremos la ausencia de moral en la medicina. Concretamente del doctor William Beaumont. Un desconocido médico de Connecticut que pasaría a formar parte de la historia de la medicina como el descubridor del funcionamiento de los jugos gástricos y la digestión.
Todo ello sin un ápice de interés por la paciente y grandes dosis de clasismo.
William Beaumont (1785-1853) no era un médico a la vieja usanza. No había pasado por la universidad. Durante años había trabajado como cirujano auxiliar en el ejército. Era lo máximo a lo que podía aspirar.
No obstante, el destino es caprichoso y quiso que se interpusiera en su camino lo que a sus ojos fue “una cobaya humana” “un tubo de ensayo vivo” con el que poder investigar en aras del “bien común”.
Esa “rata de laboratorio” no fue otro que Alexis St. Martin.
La relación entre estos dos hombres, que duraría 8 años, comenzó el 6 de junio de 1822. En la zona de los Grandes Lagos entre Canadá y Estados Unidos. Allí se situaba el puesto para tráfico de pieles de la Compañía Americana de Pieles. Una vez al año, entre junio y agosto, los tramperos se reunían para vender las pieles que habían cazado en el invierno, cobraban sus sueldos para la siguiente campaña.
Allí estaba St. Martín un cazador y tratante de pieles. En mitad de una juerga. Por accidente se disparó un fusil y le proyectil le impactó en el lado izquierdo del costado, atravesando las costillas y el estómago. William Beaumont, destinado en la zona, fue en su auxilio.
Tenía una herida debajo de la pectoral “del tamaño de la palma de la mano de un hombre”. Así lo describió Beaumont. Los primeros 17 días se le suministra la comida directamente por el orificio de la herida.
Después de tres años intentando curar la herida y, al ver que no acaba de sanar, Beaumont ve, en ese agujero, la puerta abierta del conocimiento en forma de fístula reducida a un diámetro de dos centímetros y medio. Parte del estómago se plegaba sobre la fístula y la cerraba, esto permitía mantener el alimento dentro del estómago y hacer la digestión.
Era su oportunidad para estudiar cómo funcionaba la digestión humana. Y así lo hizo.
Destacaremos que en el siglo XIX, poco se sabía de la digestión de los alimentos. Conocían la anatomía pero no el funcionamiento. Por los estudios del contenido del estómago sospechaban que los alimentos se descomponían. Pero no cómo ni por qué.
A partir de ese momento se inicia una relación “extraña”. Beaumont se convierte en científico y St. Martin deja de ser paciente para convertirse en cobaya humana. El médico olvida su juramento hipocrático y mantiene la herida abierta (algo que podría haber cerrado perfectamente con cirugía) dilatando tanto el agujero que consigue mantenerlo abierto para siempre.
Puerta abierta
A partir de ahí, el propio St. Martin se convierte en laboratorio y tubo de ensayo. Beaumont recoge sus jugos gástricos para experimentar en recipientes de vidrio. Descubrió que uno de los componentes principales era el ácido clorhídrico, demostrando así que la digestión era un proceso químico y no mecánico de los músculos.
Completó el experimento introduciendo diferentes tipos de alimentos directamente al estómago con un hilo de seda. Metía todo tipo de alimentos: carne, verduras, pan. Tirando de la cuerda en diferentes periodos de tiempo para observar la descomposición de los alimentos. También estableció que el estado de ánimo del paciente-cobaya influía en la digestión. Beaumont descubrió que, cuando St. Martin estaba irritado (o harto de tanto experimento) la digestión tardaba el doble en hacerse.
Beaumont realizó 283 experimentos y los describió en la monografía de 200 páginas que publicó en 1833. Alexis St. Martin murió el 24 de junio de 1880 con 86 años. Fue padre de 18 hijos a pesar de su estómago agujereado. Beaumont murió 20 años antes, con 67 años.
Esta extraña pareja dejó un siglo lleno de médicos que buscaban cualquiera que fuera material de estudio. Beaumont no disfrutaba con el dolor de St. Martin. Para el médico, su paciente no era más que un estómago con una ventana para observar.
Su sacrificio se justificaba a favor del bien general y del honor personal del médico. El desprecio por la situación física y anímica de St. Martin es un ejemplo claro que muestra la falta de ética de los médicos con sus pacientes en el siglo XIX.
Todo en aras del avance científico.
ANGULO, Eduardo. «El caso de la fístula incurable». (en linea). (15 deptiembre 2014). (Fecha de consulta: 23 junio 2015). Disponible en: http://culturacientifica.com/2014/09/15/el-caso-de-la-fistula-incurable/
GARCIA, Miguel Angel. «El estómago del doctor William Beaumont».(en linea). (16 marzo 2014). (Fecha de consulta: 23 junio 2015). Disponible en: http://www.miguelgarciavega.com/el-estomago-del-doctor-william-beaumont/