Posiblemente estamos cansados de escuchar la palabra mandarín, o chino mandarín, como algo muy normal cuando nos referimos a personas que tienen como origen el gran país asiático.

Pero, el mandarín, además del dialecto que actualmente se habla en algunas zonas de China, fue además, en tiempos remotos, o quizás debemos cambiar al plural, fueron además, los magistrados que administraban el país en nombre del emperador, también llamados funcionarios del imperio.

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El nombre se lo deben a los portugueses que, cuando empezaron a tomar contacto con China en el siglo XVII con fines comerciales, se dieron cuenta que una serie de personas sobresalían frente a las demás, y la denominación “mandarín “, se debe a un juego de palabras del portugués mandarim (el que manda) y otras de similar dicción en la lengua madre del país oriental.
Los mandarines surgen en la época de la dinastía Quin (221-206 a.C), cuando China se convierte en un país con un emperador que era el centro de todo, y que contaría a su alrededor con un sistema de funcionarios que llevarían la agenda real, las obras públicas, la justicia, etc, garantizando un correcto funcionamiento del país que contaba con una sociedad muy organizada.

emperador y mandarines

No eran funcionarios equivalentes a lo que es uno hoy en día, eran además gente muy culta y no se escogía a cualquiera para el cargo.
Así como en Europa, rodeaban al monarca las personas que este había elegido para dicho fin, en China, nada tenía que ver.
Para ser un magistrado había que pasar un duro proceso de selección.
Los exámenes se realizaban anualmente, y se llamaban keju, se podía presentar cualquiera, pero solo los más aptos conseguirían pasar. Solo el 1% llegaría al final.

Poder llegar a ser mandarín era alcanzar las más altas esferas, así como una vida acomodada, que dotaba de gran honor a las familias de los eruditos.
Esto provocaba que muchos ciudadanos fuesen preparados desde pequeños para llegar a ser escogido en esta profesión.

A la temprana edad de cuatro años, los niños comenzaban sus clases de escritura, una de las condiciones obligatorias para poder pasar la criba, la caligrafía entrañaba enorme dificultad, y los más adinerados recurrían incluso a un profesor particular para ello.

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A los ocho años comenzaban a aprender literatura, tenían que aprenderse varios clásicos de memoria, por ejemplo las Analectas de Confucio, aproximadamente 430000 caracteres en verso. En los exámenes caería tanto una prueba oral, para recitar, como una escrita.

En las épocas de Ming (S.XIV – XVII) y Qing (S.XVII –XX) ser funcionario estaba en lo más alto, y las academias afloraban por cada rincón del país, en ellas se matricularían a los 15 años los alumnos más aventajados para preparar los exámenes imperiales.
De hecho es a partir de la dinastía Ming, que cualquier persona fuese de la clase social que fuese, se podía presentar a los exámenes, dado que antes algunos estamentos sociales más bajos, lo tenían prohibido.
La prueba más difícil era las composición en ocho partes, se trataba de recitar un pasaje de las Anacletas de Confucio, tal cual era su estructura, sin cambiar ni una sola palabra ni una sola coma …
La selección iba por distritos, los que pasaban iban a la capital a obtener el bachiller (tongsheng), y si lo pasaban se enfrentaban al examen llamado shenyuan, que daba el grado de licenciado.
Los que no llegaban hasta este paso, tenía la opción de dedicarse a la enseñanza, trabajo que tenían reservado.

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Una de las etapas más duras era la siguiente, se trata de los exámenes provinciales, se celebraban cada tres años en recintos amurallados.
Cada persona tenía su espacio, una celda individual donde tenían que pasar tres días y solo podían llevar consigo comida y un orinal, estaban vigilados día y noche por la guardia imperial.
Solo aprobaban los que tenían un examen perfecto.
Los que pasaban, obtenían el grado de juren (graduado provincial) y eran recibidos con honores en su ciudad.
Para alcanzar el grado de funcionario, se enfrentaban a los últimos exámenes en Pekín; aquí eran recibidos en palacio con todo tipo de lujos y se les trataba como a reyes.
El último y definitivo examen se realizaba en palacio, concretamente en el Pabellón de la Suprema Armonía de la Ciudad Prohibida, y el emperador era testigo.
De aquí salían ya los funcionarios o Jinshi, con títulos de doctor.

Se agrupaban en nueve grados, que se diferenciaban por una insignia que llevaban bordada al vestido, y había funcionarios civiles y militares. iban con vestidos especiales diseñados para cada tipo.

Los Mandarines
Como dato aproximativo, de los 12000 que se presentaban solo aprobaban unos 300 o 200.
Los exámenes presumían de ser muy limpios, de cada uno se hacía una copia anónima en una caligrafía diferente a la del candidato.
Eran corregidos por tres examinadores diferentes, a pesar de todo, también había quien compraba a los miembros del tribunal, o llevaba chuletas cosidas a los trajes.
El sistema de funcionariado mandarín se abolió en 1905, pues cada vez había más críticas y descontento ante este sistema tan rígido.

Mandarines a principios del S.XX

Mandarines a principios del S.XX

El filósofo Wu Zhifang dijo en el S.XVI:

Mientras el sistema de exámenes siga vigente, no todo el mundo tiene garantizado puesto oficial y salario. Pero, aun así, gracias a este sistema las familias generarán estudiantes, y cuando todo el mundo estudia nadie osa promover desórdenes. Lo cual supone un apoyo importante para el proceso de la ley sistematizada“.