Mientras Jack el Destripador mantenía en vilo a la ciudad y a la policía londinense, otro macabro asesino en serie campaba a sus anchas por la capital inglesa. El por qué uno «ha pasado a la historia» y el otro ha permanecido en las sombras o sólo como una breve nota a pie de página en las crónicas de la historia criminal, es un misterio.
Todo empezó en mayo de 1887 (más de un año antes de que comenzara el reinado de terror de Jack), cuando dos trabajadores del pueblo de Thames River Valley, Rainham, descubrieron flotando en el río Támesis un paquete que contenía el torso de una mujer. A lo largo de mayo y junio, numerosas partes de un mismo cadáver aparecieron en varias partes de Londres hasta reconstruir un cuerpo completo, excepto la cabeza y la parte superior del pecho.
Aquí, como en los casos de Whitechapel, los forenses e investigadores llegaron a la conclusión de que el autor de esos desmembramientos debía tener cierto grado de conocimientos médicos, aunque las disecciones no se hubieran producido con tal fin. Por otra parte, nunca pudo determinarse la causa de la muerte de la víctima encontrada, por lo que tuvo que clasificarse simplemente como «Found dead» (hallado muerto).
Más de un año después, en septiembre 1888, empezaron a aparecer partes de un segundo cuerpo en la ciudad. El 11 de septiembre se descubrió un brazo femenino en la parte del Támesis de Pimlico y, el día 28, otro brazo a lo largo de la Ruta de Lambeth. Pero lo más humillante para la policía ocurrió el 2 de octubre con el descubrimiento del torso de la víctima en los cimientos del sótano del nuevo edificio que Scotland Yard estaba construyendo como sede principal de la Policía Metropolitana. Y por eso la prensa apodó el caso como «El misterio de Whitehall», en honor a la calle donde se emplazaba dicho edificio.
Varios forenses, entre ellos el doctor Thomas Bond y Charles Alfred Hibbert, estudiaron los restos cadavéricos y, aunque tampoco pudieron determinar la causa de la muerte, éstos concluyeron que los brazos rescatados en el río pertenecían al torso de Whitehall por la limpieza del corte asestado para separarlo del tronco y por el diámetro de las amputaciones que exhibía el cuerpo donde le fueron arrancados los miembros. Tras examinar las partes también dijeron que «el brazo fue cortado por una persona que, si bien no era necesariamente un anatomista, sin duda sabía lo que estaba haciendo, ya que conocía dónde estaban las articulaciones y daba muestras de que practicaba este tipo de cortes con bastante regularidad».
Ocho meses después, la mañana del 4 de junio de 1889, apareció parte de otro torso femenino en las aguas de la ribera de la localidad de Horselydown y, durante la tarde de ese mismo día, una pierna izquierda debajo del puente Albert, en Chelsea. En las siguientes semanas, fueron descubriéndose otros miembros de ese cuerpo en las cercanías del río y, como apunte interesante, una de las partes había sido arrojada expresamente sobre la barandilla del Shelley Estate. [También es irónico que Mary Shelley hubiera escrito con anterioridad la novela titulada Frankenstein sobre un monstruo reconstruido por varias partes del cuerpo.]
En este caso, tampoco apareció la cabeza de la víctima, pero gracias a unas cicatrices en los brazos se la pudo identificar como Elizabeth Jackson, una prostituta que ejercía su oficio en Chelsea y que a menudo dormía en el parque de Battersea. El asesino, por su parte, había dejado gran parte del torso en un sitio apartado de ese parque y, otra extremidad, a una corta distancia de éste, envuelta en ropa vieja que portaba impreso el nombre «L. E. Fisher». De todos modos, estos descubrimientos no sirvieron de nada porque el caso también quedó sin resolver.
En la autopsia se constató que el útero había sido extirpado. El doctor Thomas Bond opinó que podría tratarse de un aborto mal practicado con consecuencias fatales y que el posterior desmembramiento habría resultado del intento de ocultar las huellas del delito.
Todos estos hallazgos provocaron que el 17 de junio de ese mismo año se iniciara un sumario judicial donde los profesionales forenses comentaron que «la división de las partes humanas demuestra habilidad y método. Sin embargo, no se nota la destreza anatómica de un cirujano, sino más bien la sapiencia práctica de un carnicero o un desollador. Hay una gran similitud en la manera en que se cortaron estos restos con los que fueron hallados en Rainham y en el nuevo edificio de la policía metropolitana en Whitehall. Asimismo, es opinión de los médicos actuantes que las víctimas habían fallecido sólo 48 horas antes de que sus organismos fuesen troceados. Por lo tanto, se emite veredicto de “asesinato cometido con premeditación contra alguna persona o personas desconocidas”».
El 17 de julio de 1889 apareció el cadáver de la prostituta Alice McKenzie, cuyo asesinato se creyó, en un primer momento, de Jack el Destripador a pesar de que el modus operandi y otros aspectos ejecutorios del crimen no coincidieran con los patrones de éste. Con el tiempo, las investigaciones concluyeron que dicho crimen no pertenecía a la oleada de Whitechapel y que, probablemente, el «Descuartizador del Támesis» (o «Asesino del Torso de Támesis») había vuelto a las andadas.
El 10 de septiembre, el agente de policía William Pennett hacía su ronda en la calle Pinchin, en Whitechapel, cuando vio un bulto bajo un arco de ferrocarril y cruzó la calle a investigar. Al acercarse, encontró un torso sin cabeza y unas piernas de mujer envueltos en una camisa ensangrentada. Llamó rápidamente a las autoridades y, como ocurrió con el caso de Alice McKenzie, numerosos detectives que habían participado en las investigaciones de Jack el Destripador se personaron rápidamente en la escena del crimen creyendo que se trataba de una nueva víctima del célebre asesino en serie.
Oficialmente, los investigadores incluyeron este crimen en la categoría de los llamados «Asesinatos de Whitechapel» o «Muertes de Whitechapel», por el distrito dónde aparecieron los cuerpos desmembrados, y otorgaron su autoría a Jack the Ripper. Pero más allá de la localización geográfica, estos crímenes deberían atribuirse a otro sádico asesino que, quién sabe por qué, quedó sin identificar y se convirtió en el fantasma secreto del Londres victoriano…
Los misterios del Támesis: 1873 y 1874
No podemos dejar este tema sin comentar que los sórdidos y macabros descubrimientos alrededor del Támesis pudieron contar con un posible antecedente entre los años 1873 y 1874.
El 5 de setiembre de 1873, una patrulla de la policía cercana a la localidad de Battersea, recogió fuera del agua un fragmento del torso de una mujer. Poco más tarde, se fueron recolectando otras partes del mismo cadáver: un pecho derecho en Nine Elms, una cabeza en Limehouse, el antebrazo izquierdo en Battersea, la pelvis en Woolwich; y así sucesivamente, hasta que se armó un cuerpo casi completo.
El ya nombrado doctor Thomas Bond emprendió un loable y tenebroso trabajo reconstruyendo el cadáver y cosiendo una a una las piezas que se iban hallando. Pero a pesar de intentar hacerlo lo mejor posible, el cuerpo sólo podía ser reconocido por aquellos que estaban más «íntimamente familiarizados con las características físicas de la persona fallecida». Y es que, según publicó la revista médica The Lancet en 1873: «la mujer murió de forma violenta. En primera instancia, recibió graves golpes en el lado derecho de la cabeza con un objeto pesado, pero, en ausencia del cráneo, es imposible determinar positivamente la extensión de la lesión. Al parecer, después se sacó toda la sangre de la víctima mediante una sección de las arterias carótidas, ya que no había coágulos en ninguna de las venas del cuerpo. […] Lo que denota haber requerido un cierto tiempo para su eliminación completa. […] Se teme que la identificación de la víctima es casi imposible, excepto para aquellos que están familiarizados con precisión con las pocas marcas que el cuerpo presenta, a saber, una cicatriz como de una quemadura en el tórax, que, sin embargo, es muy común en las niñas y las mujeres […]. Por tanto, es posible que hubiera alguna marca en la parte inferior de ésta y que el asesino la haya preferido destruir por precaución; así como las manos que, por desgracia, también faltan».
En el mes de junio del siguiente año (1874), apareció otro cuerpo de mujer descuartizado en las aguas del Támesis, en la región de Putney. El rotativo News of the World destacó que el cadáver carecía de cabeza y de extremidades, salvo una pierna, y que el torso fue trasladado a la morgue de Fulham. Aquí, el cirujano forense E.C. Barnes manifestó que el cuerpo había sido dividido por su columna vertebral y que se utilizó cal para agilizar su descomposición antes de ser tirado al río.
Como en los casos anteriores, nunca se supo a quiénes pertenecían los restos humanos ni se capturó a ningún sospechoso.
Entonces, ¿quién fue el «Asesino del Támesis»?
Lo que está claro es que sin poder identificar a todas las víctimas, sin tener a ningún testigo, sin sospechosos, y coincidiendo con la oleada criminal de Jack el Destripador, la identidad (e historia) de este cruel asesino en serie se ha perdido en las neblinas del tiempo…