En toda Europa existe la costumbre de encender hogueras en ciertos días del año y bailar alrededor o saltar sobre ellas. Su difusión y su parecido con ritos de la antigüedad muestran que este tipo de folklore ancla sus raíces en creencias precristianas. En España este folklore se ha desarrollado entorno a la noche de San Juan y del solsticio de verano. Pero los ritos ígneos se dan en relación a otras fiestas como es la del primer Domingo de Cuaresma.
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Las fogatas y los ritos de purificación.
Ya sea por San Juan o por la Cuaresma o el Carnaval las fogatas ponen de relieve antiguos ritos paganos. Frazer ha señalado que se ven en ellos las huellas de sacrificios humanos. Esto se debe a que en muchos lugares no sólo se encienden hogueras, sino que en ellas se queman muñecos hechos de paja o, incluso, se fije quemar personas. A las efigies se las da a veces el nombre de “bruja”, “esposa vieja”, “muerte” o “la abuela invierno”. Todo ello muestra que se trata de un rito de purificación, en donde se deja a atrás el frío del invierno y la muerte. También se exorciza, como en la Queimada gallega, con fuego los malos espíritus, las brujas y los duendes.
En algunos lugares esta fiesta tiene lugar la víspera del primero de mayo, fiesta que coincide con la noche de Walpurgis. Según las leyendas europeas en esta fecha las brujas y demonios pueden vagar libremente. En Voigtland, Suecia, son los niños los que hacen las fogatas para alejar a las hechiceras. También lazan al aire escobas encendidas. La bendición del fuego se extenderá por todo el campo que rodea a la pira.
En muchos lugares la gente suele llevar a sus hogares las cenizas o los palos quemados en las fogatas como símbolo de protección frente a las enfermedades tanto de las personas como del ganado y de las malas cosechas. También suele ser común el encender ramas o tirar al aire discos ardiendo, que simulan al Sol.
En la tradición católica se encuentra en la noche de Pascua de Resurrección una hoguera, cuyo simbolismo es similar al de la noche de San Juan. Se apagan las luces de la Iglesia y se vuelven a encender con el “fuego nuevo”, con el que se prende también el Cirio Pascual. Ello representa el triunfo de la luz sobre la oscuridad, de la vida sobre la muerte. No hay que olvidar que a Cristo, como a otros muchos dioses como Balder o Mitra, se le reconoce como dios de la luz.
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Los fuegos de Beltane.
Los fuegos de Beltane es la fiesta que corresponde a la noche de San Juan. Antiguamente esta festividad se celebraba en honor al dios Bel (Belenos), dios del fuego y de la luz. Los festivales druídicos llevaban el nombre de Beal- tene, es decir, el fuego de Bel. No se realizaba en ningún templo, sino en la propia Naturaleza, ya que los cletas pensaban que nada construido por el hombre podría servir a la divinidad. Por ello los ritos eran al aire libre, normalmente en bosques sagrados o en las cumbres de las colinas.
De ahí que en muchas comarcas de Escocia se veían la noche del primero de mayo una multitud de hogueras. Los jóvenes del pueblo danzan y saltan sobre las hogueras, los que consiguen saltar sobre las llamas más altas serán los que consigan ese año las mejores bendiciones. Los novios suelen saltar cogidos de las manos y la forma en como lo hacen auspicia cómo será su matrimonio. En algunos relatos de Emilia Pardo Bazán se puede ver esta fiesta en las tierras gallegas.
La fiesta, aunque varía las fechas según los lugares, se trata de un rito que da paso al verano. Por ello en casi toda Europa se ha vinculado esta fiesta originariamente al solsticio de verano, la víspera del 23 de junio, según el cómputo antiguo. El cristianismo, como ya se sabe, lo convirtió en la noche de San Juan. Aunque en el norte de Europa no se le asociaba con el dios Bel, sino con Balder, dios de la luz en la mitología nórdica. Pero estos cambios son frecuentes en el encuentro de los distintos mitos y ritos de los pueblos.
Lo que sí parece obvio es que la fiesta nació para celebrar el curso solar en el día en el que se encuentra en su punto más alto. De la misma manera que el solsticio de invierno o la Navidad se centra en el momento en que el Sol, el astro rey, parece abandonar la tierra dejando todo en la penumbra. Si se ha vivido en zonas frías se entiende la importancia de la luz y de la actividad que ésta provoca. Se ve el renacer de la vida después del largo y oscuro invierno, donde la gente apenas sale de casa más allá de lo imprescindible. En el norte de Europa el verano y la primavera supone un auténtico renacimiento, que debió ser crucial para el hombre primitivo.
Los tres grandes rasgos del solsticio estival son: las hogueras, la procesión de antorchas y la costumbre de echar a rodar o tirar al aire una rueda. El humo de las hogueras ahuyenta a los espíritus malos purificando el pueblo y las casas, a donde se llevaban los restos. La rueda es símbolo del Sol, que comienza su descenso.
Thomas Kirchmeyer , escritor del siglo xvi, recogió un poema sobre esta fiesta que merece la pena mencionar:
Llega al fin el turno de Juan Bautista la gozosa fiesta,
Cuando grandes hogueras de flamas eminentes arden en cada pueblo;
Y con doncellas los mozos se pasean y bailan en las calles,
Con guirnaldas tejidas de agripalma, o bien perfumada verbena,
(…)
Y mirando la flama a través de las flores, sus ojos no sentirán dolor.
Y cuando así han bailado hasta la noche, en torno al fuego con premura
Y mentes afanosas corren, y todas sus hierbas allí dentro lanzan
Y con palabras devotas y oraciones, solemnemente comienza
A pedir a Dios que todos sus males ahí consumidos sean
Y creen entonces que todo ese año de fiebres libre queda.
Otros traen una rueda podrida, toda destartalada y abandonada,
Que cubren con paja, y estopa, y mantienen muy bien guardada
Y luego a la cima de una cumbre llevan, y ardiendo toda con luz de fuego,
La lanzan con violencia cuesta abajo, cuando la noche es oscuridad completa:
Parecida mucho al Sol, que desde los cielos descendió,
A todos les parece una extraña y monstruosa vista, y muy temible:
Mas creen que sus faltas son asimismo el infierno arrojadas,
Y que ahora libres de perjuicios y peligros aquí viven.
Este poema muestra la creencia de que el fuego libera de los males y pecados. Por eso mismo se usa en muchas ocasiones árboles que la profesión de Corpus Christi haya tocado a su paso. En algunos sitios se quema también los ramos del Domingo de Ramos y se considera que las brasas y tizones tienen poderes protectores.
El festival ígneo más popular antiguamente es el de la noche del solsticio estival. Pero los pueblos celtas celebraban dos fiestas pirofóricas que no coincidían con el punto más alto del Sol, sino con sus dos fiestas cruciales: la del primero de mayo, comienzo de la primavera, y la del treinta y uno de octubre, el día de todo lo sagrado (Hallowen- proviene de All- hallow Even, víspera de todo lo sagrado). Esta división del año entre estas dos fechas se debía a su actividad pastoril. En mayo se sacaban los animales al pasto y en octubre se les devolvía al establo. Pero de la fiesta de Hallowen ya se hablará en su debido momento, cuando llegue esta noche mágica, que, como la de San Juan, ha dejado una huella en el imaginario europeo.
Bibliografía:
Ávila Granados, Jesús, (2007), La mitología celta, Madrid, ed. Martínez Roca.
Bartolotti, Alessandra, (2011), Mitología celta y nórdica, Barcelona, ed. Robinbook.
Caro Baroja, Julio, (1974), Ritos y mitos equivocos, Madrid, ed. Itsmo.
Frazer, James G, (2011), La Rama dorada. Magia y religión, México, ed. Fondo de Cultura Económico.
Sánchez Dragó, Fernando, (2004), Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, Barcelona, ed Planeta