Las leyendas y el folklore del continente americano despertaron la curiosidad de escritores, antropólogos y otros estudiosos. Muchos viajeros se adentraron en sus tierras vírgenes para encontrarse con el hechizo de aquellos territorios. Estos explorados recogieron algunas de las historias que contaban los pobladores de ahí entre las que se cuenta la leyenda del Wendigo. Esta historia es la representación de uno de los tabús más antiguo del hombre, el canibalismo.
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El Wendigo y el canibalismo.
Según alguna de las historias el Wendigo es un hombre que ha sido castigado por los espíritus a causa de haber caído en el canibalismo. Proviene de la mitología de los algonquinas del noreste de Estados Unidos y Canadá. Se le describe como un ser sobrenatural de naturaleza malévola.
En muchas de las historias se dice que el Wendigo crece a medida que consume la carne humana. De esta forma no es posible que se vea saciado nunca. Ésta es la causa de que se le haya asociado no sólo con el canibalismo sino también con la codicia y la glotonería. Por ello se le dibuja como un ser famélico y demacrado, lo cual recordaría a los muertos vivientes o a los vampiros. Montague Summers describe al vampiro como ser flaco y de horrible rostro. Pero, a diferencia del Wendigo, el vampiro se hincha al chupar la sangre de sus víctimas.
“extremadamente flaco y encorvado, de horrible rostro y ojos en los que relucen el fuego rojo de la perdición. Cuando ha saciado su apetito de cálida sangre humana, su cuerpo parece terriblemente hinchado y saciado, como si fuera una gorda y enorme sanguijuela a punto de reventar.” (Montague Summers, The Vampire: His Kith and Kin)
Sin embargo, el Wendigo no puede saciarse nunca. Aparece siempre como un ser glotón y a la vez hambriento. Sufriendo de esta forma el castigo por haber comido carne humana. Se cree, por ello, que el propósito de esta historia sería evitar esta práctica y promover la cooperación entre los miembros de las tribus. Aquellos que osaran perseguir sus propios intereses, es decir, dejarse llevar por su propia codicia, o que violaran el tabú del canibalismo sufrirían la maldición del Wendigo.
En 1930 aparece un relato escalofriante en un poblado esquimal al norte de Canadá. De la noche a la mañana todos los habitantes de ese pueblo desaparecieron sin dejar rastro. Joe Labelle, un trapero, encontró el poblado completamente vacío a excepción del cadáver de siete perros esquimales. ¿Cómo podían haber desparecido todos sus habitantes sin llevarse ni sus rifles ni sus perros? Ningún esquimal se marcharía dejando a sus perros de esta forma. La policía montada no encontró muchas pistas sobre lo ocurrido. Lo único que mostraba que allí había vivido gente eran unas bayas en las cabañas. Esto probaba que el poblado había estado habitado, al menos, dos meses antes. Otro dato que heló la sangre de la gente fue que no sólo habían desaparecido los habitantes, las tumbas también estaban abiertas y no había rastro de los cuerpos. En aquella zona se empezó a decir que aquello era obra del Wendigo.
También se cuenta que el primer Wendigo fue un cazador que junto con sus compañeros se perdieron en las profundidades del bosque. Al no encontrar nada que comer recurrió al canibalismo y fue castigado transformándose en un monstruo, el Wendigo. Otras leyendas cuentan que un hombre despechado por su amada, la mató y se comió su corazón como venganza. Como castigo ante tal acto los espíritus le convirtieron en el Wendigo y le maldijeron a no quedar nunca saciado. Esto muestra la fuerza que tiene este tabú en las tierras de los algonquinas. Para ellos es preferible la muerte que esta práctica.
“Sea como fuere, el canibalismo se ha quedado de forma residual en la frontera cultural del hombre y la bestia, como un tabú consistente pero que se puede quebrar en cualquier momento. Como se sabe, no se puede resistir más de tres días sin beber, y algunos días más sin comer, de modo que si extrapolamos esto a una situación límite, no es imposible que el ayunante forzoso contemple la hipótesis caníbal como remedio a los pinchazos de su hambre. Eso siempre ha estado ahí delante, como posibilidad, un último recurso plantado en algún recoveco del cerebro y hasta en el más atávico imaginario de la humanidad.” (Pancorbo, Luís, El banquete humano. Una historia cultural del canibalismo, p. xvi- xvii)
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El Wendigo y el espíritu de la naturaleza.
Si bien es cierto que un hombre puede transformarse en esta bestia por otros motivos ajenos al canibalismo. Los mitos y las historias suelen cambiar debido a que se transmiten normalmente por vía oral. Por ello se encuentra algunas historias en las que este personaje mítico no está asociado al canibalismo, sino a la llamada de la naturaleza salvaje. De esta forma el Wendigo sería la representación del hombre primitivo que duerme dentro del hombre civilizado, de aquel que se ajustado a las normas y tabúes de la sociedad.
Éste es el papel que parece jugar en el relato de Blackwood titulado El Wendigo o en la obra Lovecraft, en la que el Wendigo es uno de los dioses primordiales y recibe el nombre de Ithaqua, “el que camino en el viento”. En ambos casos es un símbolo de la naturaleza primordial.
En la historia de Blackwodd un grupo de cazadores se topa con este ser, que apenas es descrito y que encarna la naturaleza indómita, las potencias que ha sobrevivido al proceso de civilización. El Wendigo elige a uno de estos cazadores, al que ya se sentía tentado por aquellos espacios lejos de las ciudades, por las soledades de la naturaleza virgen de Canadá, y le llama por su nombre. Una vez oída esta llamada no hay forma de librarse de ella.
“Es concebible que tales potencias o seres hayan sobrevivido desde una época infinitamente remota en que la conciencia se manifestaba quizá a través de cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad, formas de las que sólo la poesía y la leyenda ha conservado un fugaz recuerdo bajo el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie.” (Blackwood, Algernon)
El mítico ser no es más que bosquejo, un esbozo que se entrevé en las sombras sin dejar verse. Blackwood sabe que aquello que escapa a la descripción, al lenguaje produce mayor terror. En muchas leyendas de la zona de los Lagos de Norteamérica el wendigo apenas es una sombra que se mueve por el bosque sin que se sepa realmente que aspecto tiene. Esta falta de descripción del Wendigo, tanto en las leyendas originales como en la historia de Blackwood, se da también en otros monstruos y seres míticos. En la novela de Drácula de Bram Stoker el vampiro no parece apenas en la mayor parte de la historia. Se le persigue por Londres sin que se le vea hasta al final. Por ello ambos personajes se les ha asociado con el inconsciente del hombre, con el yo primitivo dormido en nuestro interior, es decir, con la parte instintiva del ser humano.
El wendigo como nuestro yo instinto se esconde cuando hay luz, cuando la lógica es posible. Sin embargo, cuando se entra en su dominio ya no hay escapatoria. Es la personificación de la llamada de la selva, el encuentro con esa parte oscura del bosque o de nuestra propia alma. No sin razón han comparado los psicoanalistas el bosque como un estado del psiquismo, con lo que Jung llamaba la sombra.
“Desde tiempos inmemoriales, el bosque casi impenetrable en el que nos perdemos ha simbolizado el mundo tenebroso, oculto y casi impenetrable de nuestro inconsciente.” (Bettelheim, Bruno, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, p. 133)
En la historia la voz del Wendigo, a pesar de llamar por el propio nombre, suena como los sonidos del bosque, del agua o de los animales que en él habitan. Es un resurgir de la naturaleza dormida en lo profundo del alma humana, el resurgir del instinto frente a la civilización. En la historia de Blackwood el pobre cazador elegido por la bestia oye su llamada en la noche, mientras descansan en la tienda, y se acaba su paz. Irremediablemente se ve atraído por lo profundo del bosque. El otro joven que descansa a su lado nota la presencia de algo en la puerta de la tienda y ve a su compañero temblando de miedo antes de salir corriendo al interior de las tierras vírgenes. Corre hacia su propia destrucción conducido por ese ser mágico.
Sea el Wendigo la representación de nuestro yo primitivo, de nuestra parte instintiva o sea la maldición por la ruptura de un tabú social en ambos casos es un vestigio de un tiempo anterior que aún laten en el fondo de nuestra alma. No por casualidad la ruptura con los tabúes nos lleva a esos tiempos instintivos, a esa prehistoria del hombre, que, según el psicoanálisis, aflora todavía en los mitos, leyendas y sueños del hombre civilizado.
Bibliografía:
Bettelheim, Bruno, (2012), Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Barcelona, ed. Planeta.
Conde de Siruela (2006), “Imaginar el vampiro” en El vampiro, Madrid, ed. Siruela
Jung, Carl Gustav, (2009), La vida simbólica, Madrid, ed. Trotta.
Lovecraft y otros, (1980), Los mitos de Cthulhu, Madrid, ed. Alianza.
Pancorbo, Luís, (2008), El banquete humano. Una historia cultural del canibalismo, Madrid, ed. Siglo xxi.