Ya se habló en un artículo de los grandes procesos de la Inquisición, que tuvieron lugar a finales de la Edad Media y en la Edad Moderna. Sin embargo, no doy tiempo a profundizar en el proceso ocurrido en 1610 en tierras vascas y que ha sido llevado a la gran pantalla hace poco. Por ello en esta ocasión se va centrar el artículo en dicho caso.

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  1. El proceso de Zugarramurdi.

Lo que resulta curioso de destacar es que en éste, como en otros muchos juicios por brujería, no fue la Inquisición la que movió la primera ficha, sino que se vio obligada a actuar por el celo de la justicia secular y por el pánico que se había despertado en la población. Es más las autoridades civiles ya habían detenido y ejecutado a varias personas cuando el tribunal eclesial tomo cartas en el asunto.

“Desde que se comienza a tener noticia de la brujería vasca hasta el último momento en que aparece de modo señalado, puede decirse, sin miedo a cometer error, que la acción de las autoridades civiles y de los predicadores fue mucho más insistente que la de la Inquisición misma para que el país anduviera revuelto y excitado. Con aquelarres o sin ellos, con grandes reuniones hechiceriles o con pequeños conciliábulos familiares, lo cierto es que la bruja y el brujo vascónico producen una inquietud constante y que los pueblos viven en tensión, acusándose las familias mutuamente de maleficios de todas clases.” (Caro Baroja, Las brujas y su mundo, p. 247)

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El inquisidor Juan Valle Alvarado fue llamado para dirigir las investigaciones, para lo cual estuvo varios meses en Zugarramurdi y recogió numerosas denuncias. Las denuncias inculpaban a cerca de trescientas personas por delitos de brujería. Sin embargo, sólo cuarenta fueron llevadas detenidas a Logroño para ser juzgadas. El tribunal estaba compuesto por Juan Valle Alvarado, don Alonso Becerra Holguín y don Alonso de Salazar. Éste último marco la nota discordante, ya que consideró que las pruebas eran insuficientes. En este proceso como en otras investigaciones sobre brujería don Alonso de Salazar mantuvo una postura crítica considerando como falsos los actos atribuidos a las brujas. Parte de la idea de que todo es producto de la imaginación y el miedo de la gente de los pueblos. No obstante, sus colegas aceptaron los testimonios y denuncias sin oponer tantas pegas ni críticas.

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Lo que se destaca de los informes es que la comunidad de brujería tiene una jerarquía tan estricta como la que se encuentra dentro de la religión cristiana. El acto de fe de Zugarramurdi condenó a los que consideró altos cargos en este sistema. En el puesto principal, como reina del aquelarre, se señaló a una mujer vieja llamada Graciana de Barrenechea. Esta mujer tenía bajo su protección a dos muchachas también encausadas, Estevania de Yriart y María de Yriart. Miguel de Goyburn es acusado de ser el rey del aquelarre, mientras que otros hombres y mujeres ostentaron, según los archivos, diversos cargos.

De las personas inculpadas dieciocho fueron reconciliadas después de que se arrepintieran de sus culpas y reconocieran haber formado parte de los aquelarres. Aunque no todas corrieron la misma suerte. María Zozaya, una mujer vieja, que participaba como bruja maestra fue condenada, a pesar de haberse confesado. Ella y otras seis personas murieron en la hoguera. También fueron quemadas en estatua o efigie otras cinco brujas más, ya que habían fallecido antes del juicio. Quemar una estatua o una figura del encausado era un proceso normal en los casos de brujería. En muchas ocasiones se hacía esto como un símbolo de arrepentimiento y de abandono de la brujería, dejando a los supuestos culpables con vida.

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Si se tiene en cuenta el resultado final de este juicio y se lo compara con otras sentencias como, por ejemplo, las de De Lancre no resulta excesivamente cruento. Pierre de Lancre fue un juez que recopiló los actos de brujería de Navarra y el País Vasco en varias obras. Fue un hombre con cierto grado de estudios que destacó sobre todo por su persecución a la brujería. El juicio en el que participó y del que recopiló la mayor del material de su obra es el de Labourd, en el País vasco francés. Para este inquisidor el País Vasco era una tierra llena de brujas y magia. Consideraba que, incluso, el vascuence favorecía la aparición de la adoración al demonio y que eran las mujeres las que se veían conducidas a ello. A diferencia de otros inquisidores de Lancre no pone en duda nada de lo que se afirma en las declaraciones de los juicios. Llega a establecer a tres mil personas marcadas por el símbolo de la brujería. Tal fue la represión que sufrió esta zona que algunos consideraron que la caza de brujas y brujos era un pretexto para asegurar la autoridad del poder central.

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  1. El Canon de brujería.

Los testimonios recorridos muestran la brujería como una secta con cierta semejanza con lo que los pueblos clásicos llamaron misterios. Conviene señalar que en la época en la que se encuentra este caso de brujería ésta era tenida como un culto a Satán totalmente organizado. La referencia a deidades como Holda o Hécate había dado paso a los Aquelarres presididos por el demonio en la figura de macho Cabrío. En estas reuniones se marcaba la jerarquía de unos brujos o brujas más antiguos, que llevaban la voz cantante e iniciaban a las personas que ya tuvieran edad y juicio suficiente para renegar de Dios.

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En el proceso se habló también de los vuelos gracias a ciertos ungüentos hasta los campos donde se celebraba los aquelarres. En el caso concreto de Zugarramurdi dicho campo era real y en él se hallaba un riachuelo, una cueva y un túnel subterráneo, que daban la apariencia de ser una verdadera catedral para un culto satánico o pagano. La relación entre las cuevas y los cultos pre cristianos es muy estrecha. En la parte alta del campo es donde la tradición coloca el trono del demonio.

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El brujo o bruja viejo presenta a su neófito a este Diablo, que es descrito como un ser repugnante. El novicio reniega de Dios, de la Virgen y de los santos y besa al demonio en el culo para sellar el pacto. Después el diablo extrae su sangre en una vasija y le marca con la figura del sapo en el ojo. El maestro o maestra reciben unas monedas de platas como precio por el nuevo devoto; mientras que éste es puesto bajo la protección de un familiar, suele ser un sapo o un gato, que hace el papel de ángel de la guardia. El neófito debe tener mucho cuidado de nombrar el nombre de Dios o de la Virgen. Hay casos en los que las leyendas cuentan que un novicio ha dado exclamado ¡Gracias a Dios! y todo el aquelarre, las brujas y demonios han desaparecido.

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También se encuentra una forma de reclutar adeptos entre los infantes. Hay que tener en cuenta que muchos proceso de brujería se llevaron a cabo por la declaración de niños.  A éstos se los lleva al campo del Aquelarre con engaños y ofreciéndoles dulces e, incluso, son transportados en contra de su voluntad. A estos niños se les pone bajo la custodia de algún mayor, que les enseña a guardar las manadas de sapos usadas para la fabricación de venenos y a los que hay que tratar con respeto.

 Sólo cuando los neófitos han cometido muchas maldades se les permite realizar ponzoñas. Esto supone como un rito de mayoría de edad en la brujería, dejan de estar al cuidado de sus maestros y van por su cuenta a lo aquelarres. Es en ese momento cuando se les transmite los mayores secretos. Con el tiempo pasarían a ser tutores de otros nuevos neófitos y, con suerte, pueden convertirse en brujos principales.

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  1. La brujería en el País Vasco.

Fueran o no reales aquellos conciliábulos, aquellos Sabbat y los maleficios que de ellos surgían, que decían las gentes de los pueblos causaban las tempestades y las malas cosechas, forman parte de la historia mágica de España. Así la bruja vasca o la meiga gallega o la celestina de las urbes rondan aún por el imaginario común y atraen el turismo a esas regiones. Aunque quizás resulte curioso que se hable hoy día más de las brujas de Zugarramurdi que lo que se habló en otras épocas y que hubo otros procesos más crueles. A pesar de ello hay que reconocer la importancia de su historia.

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“Lo demuestra, sin más, la fortuna alcanzada prácticamente en todas las lenguas y dialectos por el vocablo aquelarre, vasquismo universal derivado de la voz aker, que en éuskaro significa macho cabrío. Y ningún aquelarre llegará a ser, en consecuencia, tan numinoso y cabal, tan emblemático, tan sombra o imitación de su propio concepto, como el que todos los años se celebraba al sonar la Virgen de Agosto en el ya citado campo de Berroscabarro y junto a la espelunca primordial de Zugarramurdi, chakra de las tribus agotes que allí tienen su territorio, alma máter del País Vasco…” (Sánchez Dragó, Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, p. 788)

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Bibliografía:

Caro Baroja, Julio, (2003), Las brujas y su mundo, Madrid, ed. Alianza.

Caro Baroja, Julio, (1987), Magia y brujería, San Sebastián, ed. Txertoa.

Caro Baroja, Julio, (1991), De los arquetipos y leyendas, Madrid, ed. Itsmo.

Sánchez Dragó, Fernando, (2004), Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, Barcelona, ed. Planeta.